26 feb 2012

CANTANDO BAJO LA MEADA HASTA QUE ESCAMPE UNA DÉCADA DE ÉSTAS



(Siempre escribo acompañado de música, nunca me he atrevido a decidir si es un vicioso placer o un placentero vicio; en el fondo, no creo que a nadie le interese lo más mínimo y a mí, en particular, me da lo mismo…)
En la noche, en esta noche que nació ayer y dejará de serlo mañana, me siento especialmente combativo…
Resulta probable que mi estado de ánimo tenga su razón de ser y existir en un día de consumo exagerado de noticias, opiniones y memeces varias, en soporte escrito y audiovisual, que me han provocado una sobredosis brutal e indigesta –ojos vidriosos incluidos-. ¡No lo dudéis!, es muy difícil procesar hasta convertir en heces la comida basura que las distintas expresiones de columnistas, opinadores, periodistas ad hoc, editorialistas, becarios mediáticos y demás subespecies –rastreras, volátiles, mamíferas, acuáticas, mariposones, soplapitos y flautas, endógenas, exógenas, parasitarias, simbióticas, etc., etc.- del mundillo denominado “medios de comunicación” que desperdician letras, imágenes y sonidos, amparándose en que están bendecidos por Teofanías, Trasnverberaciones y Mokshas jainistas, que le han permitido convertirse en seres de luz informativa –no confundir con “luciérnagas” comunes-, capaces de provocar visiones de Transubstanciación de la noticia al estilo de “tomad y comed, esta es la verdad objetiva; tomad y bebed, esta la única opinión única que os hará libres”.
Trataré de serenar el discurso antes de que se me vaya de las manos y empiece a plantearme seriamente poner nombres y apellidos.
Pero no es fácil porque incluso las herramientas idiomáticas de las que dispone el ciudadano común y corriente están censuradas. Viene eso a cuento porque, aunque podría y seguramente por ello sería bendecido y aplaudido, me niego a considerar siquiera la posibilidad de otorgarles a todos ellos la condición de exégetas porque, en ningún caso o circunstancia, extraen una noticia u opinión imparcial de la realidad contemporánea que a todos nos afecta. No, ellos –personas y soportes mediáticos- desconocen –por ignorancia o porque económicamente le resulta más rentable mirar hacia Cuenca en vez de mirar de frente- lo que es extraer una noticia objetiva de cualquier realidad que acontezca; ellos son más devotos de la Eiségesis, enfermos de egolatría o esclavos de vasallaje y adictos a insertar interpretaciones personales para que el hecho en sí mismo se convierta noticia amanerada y manipulada de lo que conviene que suceda.
Pero el problema es que alguien ha olvidado incluir la palabra Eiségesis en el Diccionario de La Real Academia de la Lengua Castellana -¡perdón!, ¡coño!, ¡que manía tengo con llamarle “castellano” a la lengua “española” del Imperio inexistente!-. ¿La razón?, no está el horno para bollos y se perdería mucha imagen confirmando académicamente que la aceptada Exégesis sistémica es, en realidad, una Eiségesis enmascarada. Ni Tirios ni Troyanos representan la neutralidad informativa pero, si el idioma oficial del sistema no otorga existencia a unos, los “otros” podrán mantener las apariencias y seguir pareciendo lo que no son porque, se diga lo que se diga, los eiségetas disfrazados de exégetas son necesarios para que el sistema funcione, para que la banca gane dinero, para que se pueda subyugar y esclavizar a la clase trabajadora, para que los pensionistas se den con un canto en los pocos dientes que le quedan porque le han subido cinco euros su limosna mensual, para que todo funcione “como es debido” y los desfavorecidos puedan comprarse cinturones con más agujeros para apretarlos y realzar esas cinturas de avispa que las crisis de diseño y los ajustes nos regalan graciosamente.
No hay nada más parcial que la imparcialidad áurea, nada más alienante y cruel que la devoción por ver la realidad a través de los ojos de quienes se instalan, casi siempre por méritos inconfesables y deméritos colectivos, en las tribunas y púlpitos de los grandes, pequeños y hasta en las expresiones mímimas y más reducidas, de aquello que desde siempre hemos dado en llamar medios de comunicación y que, en sus distintas manifestaciones, no son más que instrumentos diseñados para manipular y deformar la realidad hasta conseguir que el consumo de desinformación esté tan bien visto y sea socialmente tan aceptable que parezca insustituible.
La información objetiva no existe, ni existirá ni jamás ha existido; los millones de jingle’s y spots informativos que la ciudadanía consume, consumirá y ha consumido, tienen el mismo nulo valor informativo de ese rumor pirotécnico que no tiene padre ni madre pero sí muchos artesanos que se aplican, con fervor, a pulirlo hasta que alcanza la convalidación social de noticia. Eso sí, para los ingenuos que creen en lo imposible y viven de esperanzas, con mucha más fe en lo que los demás les dicen que en lo que ellos mismos perciben, la única defensa psicológica que puede hacer de la objetividad que les inyectan en vena cada día es aplicar una generosa presunción de inocencia al continente y al contenido. Es su irresponsabilidad, la misma que genera cuantiosos beneficios a los que mean desde las terrazas del poder sobre el ciudadano que pasa para comprobar hasta cuando puede aguantar cantando bajo la lluvia dorada sin comprarse un paraguas en los chinos con el euro que les queda después de dilapidar, su salario o pensión, en pagar hipotecas e impuestos directos e indirectos.
Me viene a la memoria la inmortal “Plácido” del gran Berlanga –sobre todo la lamentable pero tan actual subasta de ciudadanos entre las clases altas-; cobra actualidad y vigencia la mítica “nosotros lo que queremos es coñac”, que diría el peatón adecuada y concienzudamente desinformado mientras canta bajo la meada con la esperanza intacta de que, sin hacer nada ni rebelarse, escampe una década de éstas.

© Xabier González, 2012
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